Fotografía: Larry Clark |
"Estaban en medio de un bosque. Los árboles se tiraban encima de la carretera, una carretera estrecha. Había dejado de llover y todo estaba aún mojado. Faltaba poco para que se hiciera de noche y a esa hora todo se ve más real y a la vez más extraño.
Se bajaron del coche y empezaron a andar. Ella tenía un poco de frío, así que él se quitó la camisa negra y se la dio, llevaba una camiseta negra de pico debajo. A ella le rozaba la hierba húmeda en las piernas y a él le rozaba la hierba húmeda en las botas.
- Si sólo pudieras hacer una cosa más, ¿qué harías?
Él se quedó un rato pensando, no sé si había pensado antes en algo así.
- Nada.
- ¿Nada?
- Eso es, nada.
- ¿Y eso qué tiene de bueno?
- Que no tiene nada de malo.
Yo creo que ella no le entendía, miraba su cuerpo debajo de su camiseta de pico negra y pensaba que era muy guapo pero no entendía que él, realmente, lo único que quería era que le dejasen tranquilo. Quedarse fuera de todos los retos y de todas las obligaciones, de todo lo bueno y de todo lo malo.
- Nada, sí señor, eso es todo lo que le pido a la vida, nada.
- ¿Nada de nada?
- Nada de nada de nada de nada de nada de nada de nada de nada de nada." (Loriga, 1995, pp. 103-104).
Loriga, R. (1995). La pistola de mi hermano (Caídos del cielo). Barcelona: Plaza & Janés.
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